Padre Javier Perello
24/07/22 10:21 | Locales
'En las lecturas hoy vemos que conservamos ese deseo de unirnos a Dios en la oración. Dejamos de hacerlo cuando no recibimos lo que pedimos o no tenemos tiempo. Pero Jesús hoy nos enseña una oración muy bonita, que no perdemos nunca, profunda y rica. Pero lo que rescatamos hoy es su actitud al hacerlo.
Los apóstoles lo veían muchas veces rezando, en tormentas, madrugadas, noches y días. Y nos tratamos de poner en el lugar de ellos al pedirle que les enseñe a rezar, porque deben haber visto algo distinto en él y en su modo de orar, que era diferente. En primer lugar, cuando él enseña a dirigirse a Dios como Padre, entendemos que lo más especial era que se ponía en relación filial, como hijo, dialogando permanentemente, acerca de la vida, la creacion, los hombre, la pobreza, la enfermedad y otros temas. Era un compartir de un corazón a otro, permaneciendo en la presencia de Dios todo el tiempo.
La clave de la oración es la permanencia de los hijos en el Padre, que siempre es bueno y busca darle cosas buenas a sus hijos. Cuando no nos da algo que pedimos, suele ser duro, pero hay que aprender a ver en eso parte de su plan y también en que puede ser bueno que no nos de eso, porque no nos conviene o porque es malo, solo que no lo comprendemos así.
Nos pasan cosas, a veces buenas y a veces malas. No importa, porque lo que debe movernos es ese diálogo permanente. Jesus no reza en el cielo, sino en la tierra, pero de la manera más perfecta, y nos está mostrando cómo será en el cielo. No se trata sólo de una necesidad puntual que tenemos, sino de algo mucho más grande y profundo.
La oración nos une más, e implica una relación de amor, de palabras, cariños, sonrisas y a veces hasta cosas materiales, en donde no sabemos del tiempo, porque éste se transforma en eternidad.
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