Padre Javier Perello
23/10/22 10:46 | Locales
'El fariseo oraba de pie y en voz baja, casi como susurrando. Hablaba mal de todo el mundo. Se quejaba y decía las miserias de los demás. Eran murmuraciones cobardes, como muchas veces hacemos nosotros con alguien más,despacio o al oído, exponiendo males ajenos para no hacernos cargo de los propios. Era muy religioso, pero perdía tiempo en la casa de Dios, en lugar de aprovechar el momento para ver su alma y su corazón,y escuchar a Dios.
Hablar de los demás y murmurar hace mucho daño. No vemos nuestros pecados y queremos arreglar los ajenos. Esquivamos los problemas que tenemos en nuestro corazón. Esto nos disgusta. Primera enseñanza: no murmuremos nunca.
Segunda enseñanza: nunca desprecie lo que sos delante de Dios, y siempre ser lo que se es ser delante de él, sin importar lo que digan los demas, porque somos lo que somos delante de Dios. Esto es todo lo que nos debe importar, porque él considera a todos los hombres en su dignidad.
El fariseo perdía tiempo de la oración. Muy triste, porque debe ser un momento de encuentro, en donde yo escucho a Dios, acerca de quién soy. Nunca seremos tanto nosotros, como cuando estamos en oración, porque ahí no nos ponemos disfraces, muchas veces buenos, pero cuando estamos ahí sólitos con Dios, se nos viene todo lo que nos gusta, lo que logramos, lo que nos falta y lo que nos duele.
Nunca hay que tener vergüenza de ser nosotros mismos delante de Dios, y si en la vida sentimos un profundo dolor por nuestros pecados, nunca dudemos en volver nuestro corazón a Dios, para encontrar su misericordia, porque él perdona siempre. No perdamos el tiempo tratando de agradar a todos los hombres. Primero agradar a Dios, y su amor nos puede sacar todos los días adelante. Hay que ser humildes, aceptando las cosas buenas y las malas, y mostrándonos como somos delante de él, sin dobleces, sin murmurar de forma cobarde, haciendo daño a espaldas de las personas'
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