El gran Roque
01/09/13 11:40 | Sociales
A lo largo y a lo ancho del pueblo, por las calles vacías de la región, de cada barrio, un hombre solía marchar, solitario. Era cojo, por una extraña lesión en las caderas, rengueaba. Un defecto que afectaba solamente su imagen, porque nadie como él en el pueblo caminaba ni hacía tantos quilómetros como él los hacía. Rengueando lo veían, y le gritaban, lo llamaban por su nombre, pero a nadie respondía.
Balbuceaba para sí, hablaba solo como un loco, pero no era loco, no. Muchos se burlaban de el por esto, pero en realidad, era él el que se burlaba. En una ocasión, un grupo de jóvenes lo encontró, en la plaza central del pueblo, y lo llamaron. El pareció no escucharlos, o no ponerles atención; en cambio, los miraba y les hablaba, con una lengua sumamente extraña. Apoyado en su bastón, con las ropas gastadas y viejas, unos zapatos lustrados, y una franja blanca de canas surcando por encima de cada oreja. “Este habla en japonés”, se decían.
En realidad no, les hablaba en su idioma, suyo y nada más. En otra ocasión, al ver a un grupo de chicas fumar, se acercó y les pidió fuego. La reacción de ellas al verlo fue repentino susto, porque vieron una sombra surgir de entre las sombras, jorobado, y cojo, acercarse a ellas. Salieron corriendo, de súbito. El pobre extraño quedó, solo, en la oscuridad de la noche, sin poder encender su ya marchito cigarrillo. Hablaba solo y emitía sonidos sumamente extraños. Balbuceaba todo el tiempo.
Mientras caminaba, en uno de sus paseos rutinarios, encontró un gato en una de las ventanas del bar. Sin saber exactamente por qué, la criatura le provocó cierto efecto cautivador, motivó su atención: Entonces se acercó. Rengueando, cojo, le costó mucho recorrer esos pocos metros que lo alejaban del bar. Al llegar, quiso contemplar al gato. Se detuvo a mirarlo, profiriendo palabras incomprensibles para cualquier ser humano. Dentro del bar, a través de la ventana, una pareja lo vio, mirando en la dirección en la que estaban ellos. No entendieron en ese momento que el hombre no los miraba a ellos, sino al gato. Al pobre extraño lo malinterpretaron. Entonces se retiraron en seguida del bar, sin consumir, porque no querían que un ser raro, feo los mirara por la ventana. Al salir, el gato les pasó por adelante, maullando.
El hombre se quedó apoyado en la ventana, esperando. Estaba cansado. Hablaba para sí. El dueño del bar, un hombre al que llamaban “El sordo”, al verlo, se apiadó de él, porque hacía frío y ahora llovía, se estaba mojando. Casi sin mediar palabra, lo hizo entrar, y le ofreció fuego, para que pudiera fumar tranquilamente su preciado cigarrillo. No se le podía hablar, no había caso. No entendería nada. O sí. Probablemente lo entendía todo. Pero jugaba. Jugaba con las palabras, hacía como si fuera diferente, como si “No entendiera nada”. Estaba al tanto de todo, de todo lo que se decía de el, no importaba. El quería ser así.
Durante algún tiempo, el hombre no se vio. No apareció en ninguna reunión ni evento social. “Se lo tragó la tierra”, decían. “¿Le habrá pasado algo?”. En el pueblo, como era costumbre propia del lugar, se rumoreaban cosas increíbles: En base a lo que se sabía, y a lo que no se sabía también. Lo que no se sabía, se inventaba. Uno de ellos, el más difundido, era que se había muerto, o que había sufrido alguna clase de accidente. La chusma se extendía hasta el extremo del fatalismo, ante la imposibilidad de saber qué fue de la vida de un fenómeno.
Esto cambió un día soleado de octubre, cuando, bajo un sol denso y radiante, el hombre se presentó en los comicios electorales. Se lo vio hablando con una mujer rubia, que trabajaba en diversos establecimientos comunales. Parecía esta estar explicándole algo, con un papel en su mano derecha, gesticulando con las manos, indicando cosas en el papel. El hombre rengo, para sorpresa de muchos, ponía atención. Parecía entenderlo todo.
Esto fue plasmado en un registro fotográfico, en una imagen capturada por la prensa local. La imagen estuvo circulando por las redes sociales durante días, con miles de comentarios y de debates. ¿Realmente quién era este misterioso ser, que parecía no entender nada y a la vez, estar atento a todo? ¿Era “real”? ¿O estaba en la imaginación de la gente, como mito urbano?
La última vez se lo vio, hablando con nadie sabe quién, caminando hacia donde nadie sabe, en una fecha de la que nadie da cuenta. Pero lo cierto es que al caminar, gesticulaba de manera extraña, rengueando, marcando con su bastón, después de cada dos pasos, casi mecánicamente, un ruido hueco al chocar la madera con el suelo.
La última persona que lo vio, afirmó que le pareció escucharle decir un gran insulto, algo así como “La C… de su madre…”. Lo dedujo por el movimiento de su mano, que pareció hacer ademán de tirar algo hacia atrás.
Probablemente esta persona lo imaginó, probablemente no.
Decían que no entendía nada. Por el contrario, estaba al tanto de todo.
Francisco Fernando Frigeri