El patrón del mal
08/03/14 12:26 | Nacionales
Para empezar en la Argentina ser narco es hoy más identitario que ser gaucho o tanguero. Lo es hasta un estudiante que toma dos anfetaminas para pasarse toda la noche estudiando o un pobre destruido que inhala pegamento metido en el barro de una zanja.
Nadie debería excluirse del todonarco para no quedar afuera de la moda. Yo tampoco, aunque nunca haya fumado un cigarrillo ni aspirado más humo que el de los caños de escape. La narco manía viene a instalarse en la prensa y en sus prenseros de contagio fácil.
Se instala con la misma liviandad con que nos sorprende la invasión de polillas. Pero estas pasan enseguida. Y el clima narcochanta no: es más atractivo que el de las mafias. Estas, ya largamente remanidas, acabaron jibarizadas en las mafias de los “trapitos” o en la de los remiseros truchos de Ezeiza; o como el arcaico piqueterismo multirubro, que de tanto darle bola a los medios ha logrado malversar un gesto de rebelión social y convertirlo en mini espectáculo para movileritos.
Ahora todo es narco. Carrió le echa la culpa a Aníbal Fernández; con lo cual lo exculpa sin necesidad de que ningún fiscal se ponga a pensarlo. El “ narco carriosismo” es una flamante acción publicitaria de su agencia de humo creativo.
La actual densidad “escobarística” debe haber empezado desde cuando se calificó al gobierno de Santa Fe como “narco socialismo”. Error lo de socialismo. Pero además, una intencionada idea de marketing, que en lugar de desmejorar al destinatario al que se proponía denunciar, acaba condenando al todo argentino. Y hasta al propio marketinero anónimo, creo, al que se le ocurrió aquel descalificativo búmeran.
De modo que la narco diletancia, charlatanería, fabulismo, tremendismo y novelismo caribeño impuestos por Hollywood, han conseguido que la narcomanía siempre tenga jurisdicciones periféricas y nunca imperiales. Y que los narco líderes tengan estereotipados perfiles étnicos latinoamericanos, o a veces argelinos, marroquíes o turcos etc. Bajo ese estigma diabólico de bandidos ricos y cárteles de mansiones con harenes bellísimos, se agiganta a filibusteros morenos o morochos, y de espesos bigotes y miradas lascivas. Jamás se consagran ni se persiguen bandidos narco de apellidos sajones, europeos o nórdicos. Ni menos del tipo, digamos, blanquitos del primer mundo.
En vista de ese cuadro tan naturalizado, me atrevo a este texto burlesco y cínico; porque me niego a ser conducido tontamente a ese lugar común de la narcomanía. El Papa, el juez Lorenzetti y Sedronar tienen sus argumentos y también los gobiernos tienen los suyos. Son representativos y respectivamente legítimos. De esa advertencia surge sin embargo un yuyo voluntarista que se aprovecha del efecto todo narco y sale a derramar ignorancias y terror por los medios.
Guardémonos de los “narcos” de verdad dándoles el lugar no desorbitado que tienen. Pero màs guardémonos de los narco comunicadores y los narco moralizadores privados. Juegan en el mismo bando de los “distraedores”.
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