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21/03/14 13:40 | Nacionales
Las actuales rabietas de Cristina Fernández resumen sus propios fracasos. Se la agarró en público con Daniel Scioli porque no la defiende de las denuncias de corrupción. Pero en privado también le pasó la factura al zar del juego K Cristóbal López. Un empresario amigo citó la frase clave de la Presidenta: “Ahora mirás para otro lado, ¿eh?; quiero ver qué hacés cuando te toque a vos”, lo corrió con las peripecias que debe afrontar su colega Lázaro Báez. El empresario le había quitado hace poco otra preocupación a la Presidenta, un tanto más banal: financiar a Marcelo Tinelli para que no calentara la pantalla con su humor crítico antes de las elecciones, como en el 2009. No sirvió de mucho: ahora el dueño del rating es un periodista, Jorge Lanata, hoy estrella del Grupo Clarín, la pesadilla de cabecera de Cristina. No hay Fútbol para Todos que pueda conformar a Olivos. Como para no ponerse de mal humor.
Sobre las abundantes denuncias de corrupción, Cristina debió digerir otro sapo: el martes 15, el juez Ariel Lijo rechazó el sobreseimiento de Amado Boudou en la causa que le sigue por “abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público en el marco de la compra de acciones de la ex imprenta Ciccone”. La orden de Gobierno había sido presionar al juzgado federal para liberar al vicepresidente de semejante carga.
Otra aliada, casi amiga, que iba a servirle de frontón a Cristina era Alejandra Gils Carbó, procuradora general de la Nación, sospechada de instigar a los fiscales a borrar a Lázaro Báez de la imputación por presunto lavado de dinero. “Vos me tenías que defender a mí y ahora resulta que tengo que salir a protegerte de tus propios fiscales”, le disparó la Presidenta con sombría ironía. Ni más ni menos: entre los designados por Gils Carbó, 11 fiscales subrogantes no tienen acuerdo del Senado y 18 ni siquiera pasaron por concursos, irregularidades formales que desataron una virtual rebelión en el ministerio público y podrían ampliarse hasta la figura penal del incumplimiento de los deberes de funcionario público. La procuradora fue puesta ahí por Cristina para empezara experimentar la Justicia adicta.
El tercer blanco de la furia presidencial de la última quincena ha sido, imprevistamente, el fiel Guillermo Moreno: “Como ya fracasaste varias veces en bajar los precios, ahora te mandé a los chicos de La Cámpora a controlar, a ver si te ayudan –lo chicaneó imitando el estilo del secretario–. ¿Te gustó el nombre que le puse, ‘Mirar para cuidar’?”. No le gustó. Acató igual. Se lo vio tambalear como nunca desde los tiempos de Kirchner. Y conste que Moreno no es precisamente un timorato.
MALA IMAGEN. Es que la corrupción y la inflación explican el súbito crecimiento de la imagen negativa de la Presidenta por arriba del 40%, según le comentó personalmente un conocido encuestador abonado a los contratos con el Gobierno. Cristina, previsiblemente, estalló. No solo porque sus funcionarios no se atreven a defenderla en público sino también porque ve venir una próxima derrota en la Justicia. La suspensión de la elección partidaria del Consejo de la Magistratura, y la eventual declaración de inconstitucionalidad de la reforma que eliminó las cautelares, son datos anticipatorios de una realidad que amenaza con traspasar los límites del país imaginario del relato presidencial. En este caso, Cristina le pasó la factura a Carlos Zannini, el secretario legal que dio su OK de “experto” a la Reforma Judicial, un engendro impuesto por la mayoría parlamentaria oficialista pero inviable políticamente. Sobre Zannini, el principal punto de sustentación de Cristina, descarga todas las iras por la “conspiración” que supuestamente se trama desde los tribunales. “Se creen que van a poder voltearme, pero van a tener que cargar con las consecuencias”, arremetió increíblemente contra los jueces “cautelares”. Hasta Zannini se asustó, y no solo por los gritos.
Igual, obediencia debida. Aunque a esta altura vale la pena preguntarse si el problema es la lealtad o pericia de los funcionarios más cercanos o más bien la inseguridad o miedos de la propia Presidenta. Un desempeño mediocre en los comicios de octubre no solo liquidaría la posibilidad de una nueva reelección sino que afectaría la gobernabilidad según el principio del “pato rengo” tantas veces invocado por Kirchner. Si la sucesión no está resuelta, el que hasta ayer apoyaba trata de acomodarse al que vendrá. El peronismo no perdona.
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