TEMOR. Oyarbide acorralado por revelar que paró un allanamiento por el llamado de Liuzzi
22/03/14 14:47 | Nacionales
Volvió exultante al tercer piso de Comodoro Py. Veinticuatro horas antes, su pellejo había pendido de un hilo en esa histórica sesión del Senado del 11 de septiembre del 2001. Falta de ética, facilitación de prostitución y tráfico de influencias, los tres delitos absueltos por el peronismo que lo habían corrido de su juzgado por más de tres años. Por licencia médica primero, y por la suspensión de la Cámara alta después. Aquella vez, Norberto Oyarbide tuvo suerte: mucho más importante que el prostíbulo “Spartacus” era la caída de las Torres Gemelas, en Nueva York.
Doce años después, el juez se había recluido en un teatro porteño a escuchar ópera cuando en su teléfono lo sorprendió el llamado de su amigo Carlos Liuzzi, la tarde del jueves 19 de diciembre del 2013, en medio del allanamiento a la financiera ProPyme.
Fue el puntapié para que el curtido pellejo de Oyarbide volviera a someterse al escarnio político, judicial y mediático. Un cimbronazo al seno del kirchnerismo del más K de los jueces K. Del más excéntrico de los magistrados de las últimas dos décadas. Del más polémico. Del más versátil de todos. Del más sospechado e investigado. Del más corrosivo.
Increíblemente, Oyarbide no se achica. O no lo dejan achicarse. En el mediodía del jueves 20, el kirchnerismo del Consejo de la Magistratura ofrendó al juez un descargo voluntario light por el escándalo de ProPyme. Otro regalo del justicialismo: camporismo de fin de ciclo ahora, postmenemismo allá por el 2001.
Dos mediodías atrás, el martes 18, nada impidió al magistrado relajarse junto a su pareja, Claudio Blanco, en la mesa que hace rato frecuenta a diario en el restaurante “Estilo Campo”, de Puerto Madero. Juró que nunca más volvería a pisar “Bice”, otro de los selectos reductos gastronómicos de Madero, por una reacción más propia de una celebridad que de un juez federal: se ofendió porque uno de los hijos del dueño no lo invitó a su casamiento, en Suiza.
Ese mediodía de martes, el juez bebió abundante champán Chandon –el único que toma– y mandó a uno de sus custodios a la puerta del restaurante a obsequiarle un choripán y una Coca Cola, enfundados en una prolija bolsa blanca, al fotógrafo de esta revista que hacía guardia en el lugar. Y pidió un poco de paciencia para la foto. A esa altura, su figura ya se había convertido en una bomba de tiempo para la Justicia y, en especial, para el Gobierno.
El allanamiento a ProPyme y la revelación del llamado de Liuzzi volvieron a poner el ojo en el futuro del juez más K de la década. La investigación abierta en el Consejo de la Magistratura deja abierta la puerta a diversos escenarios. O el kirchnerismo lo vuelve a tomar de la mano y lo salva, una vez más. O concilian una salida elegante que podría incluir un eventual juicio político. Cualquiera de las dos hipótesis le sientan bien a Oyarbide. A lo único que le teme de verdad es a ver hipotecada su libertad.
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