Dueña de un espíritu increible
09/09/13 11:57 | Sociales
Se despidió de su hermana. Tenía un viaje de negocios. Con carrito color Rosa se dispuso a salir caminando hacia donde la recogería el colectivo para partir.
Al llegar a la esquina, un hombre, a la vez peluquero y músico reconocido en el pueblo, trabajaba allí, justo en la intersección entre dos calles. Este la observó mientras pasaba, atónito, no podía creer lo que veía: Una mujer tan radiante, tan vívida, tan llena de energía: Una cabellera rubia brillante como el sol, y un porte y una postura despampanante que desconcertaría hasta al más tosco de los hombres.
Caminaba mirando hacia arriba, con unos lentes de sol extremadamente exóticos: Tenían estos vidrios negros, con un fino marco trazado con un sutil color rosa; pero para nada ordinarios. Pronto se sumaron otros, muchos. A todos llamó la atención esta mujer que con seguridad, aparentaba menos edad de la que tenía. Las personas que tenían la dicha, la suerte de pasar cerca de ella sentían la intensa estela aromática de su perfume importado, aunque simplemente fingían que nada sucedía, lo sentían, lo olían.
En el pueblo conocían a esta mujer, de toda la vida. Ella había sido siempre humilde: Salía en su vieja bicicleta a hacer mandados, dirigencias y a pagar las cuentas cada día que permanecía en el pueblo. Nadie se olvidaba que ella era parte integral del pueblo. Pero había mucha diferencia entre ser agrandada y hacerse respetar. Este era el caso de ella.
Luego de haber caminado una cuadra, alguien se dignó por fin a dirigirle la palabra: “Adiós reina”, le dijeron. Era una amiga de toda la vida que la cruzó en bicicleta, en dirección contraria a suya. “A mí me falta para ser reina”. Entonces siguió su camino. Se detuvo al llegar a un quiosco, atendido por una mujer rubia, que vivía justo enfrente de la comisaría. Esta la saludó de manera simpática, y ella le respondió con un “Bien corazón, todo bien”. Terminó de comprar lo que le hacía falta, y luego de pronunciar uno de sus chistes, volvió a salir para ya esta vez llegar a la parada de colectivos.
Un hombre la vio caminar, con tanto glamour, que la confundió con Susana Giménez. “Susana”, le gritó este. Ella, fingiendo que en realidad no había entendido, o que no le importaba, se acomodó el pelo pero bien sabía que le encantó el parecido que sin malicia le había atribuido. Sonrió para sí pero al hombre no le respondió, por desubicado.
Una señora, algo Cholula, casi congelada, con una mano en alto le gritó que la había visto en la televisión. Se refería a la nota de un programa periodístico en donde hablaba sobre los nuevos proyectos de la empresa que llevaba adelante hace años. “Viste” le respondió, “Ahora somos famosas con ese programita”. Una risa sincera surgió desde lo profundo de sí.
Las personas que estaban allí, que veían a esta deslumbrante mujer andar por las calles de un simple pueblo, circulando como si estuviera en medio de la contienda de un desfile de punta del Este se dieron cuenta, o empezaron a creer, que esta era un ser único que nació para ser una estrella.
Era para la perspectiva de lo ajeno, algo así como la reencarnación de Marilyn Monroe. Tal era la impresión que generaba en la percepción de los demás. Cuando por fin llegó a la esquina, en el lugar de la parada pensó que por fin podría descansar. Se equivocó. La disuadió de esa idea la irrupción de un periodista, ya conocido por todos como “El” periodista local. Necesitaba unas fotos de ella. Además, se moría por hacerle una nota, frente a frente. Accedió a lo primero, a lo de las fotos.
Así, práctica, libre, liderando la situación, enseguida posó para la foto cuerpo erguido, luego otra un poco más suelta, otra modelando. Entonces llegó el ómnibus. “Espero que me saquen linda”, le dijo riendo al periodista.
Entonces subió al colectivo, no sin ayuda de dos hombres que la esperaban en el colectivo arriba de los escalones que permitían ascender al colectivo. Uno de cada lado uno a su derecha y otro a su izquierda, sorprendentemente coordinados, la tomaban suave y cordialmente, uno por cada mano. Parecía como si todo estuviera arreglado, como si fuera una gran coreografía en donde un personaje central bailaba y el resto acompañaba. El periodista quiso inmortalizar esta imagen, que parecía extraída de un programa de televisión: Era una diva en ese momento. Algo así como “Estela Raval y los 5 latinos”. Pero no pudo sacarle ninguna foto, no llegó con el tiempo. Lo último que escuchó de ella fue “Adios caballero”, y, en tono de sarcasmo, riendo añadió: “El puterío vende, vamos a hacer puterío” El colectivo ya se iba, a la vista de todos los estupefactos espectadores. Hasta prolongados metros, la palabra ROSARIGASINO, de la parte trasera del colectivo, permaneció visible a los ojos de todos.
Francisco Frigeri