HOMO FÚTBOLIS. En qué nos convierte el mundial
18/06/14 13:14 | Nacionales
Cada cuatro años nos creemos un poco más patriotas que de costumbre. Es que llegan los mundiales. Juega Argentina. Y, como no tenemos nada de nada, combatimos la mentira de la inflación con las verdades de Sabella, Bielsa o Basile, según sea el año, siempre múltiplo par. Como en el cotidiano hay que dividirse para escuchar las contradicciones de Víctor Hugo o Lanata, es mejor oír el himno nacional previo a cada partido porque, al menos, lo escribieron y compusieron señores que, por poco conocidos, veneramos. En vez de repasar la lista de países con los que ya no cerramos negocios, vemos cuáles naciones nos toca enfrentar en el grupo de la Primera Fase. Hasta aprendemos un poco de geografía. Todo sea por la patria que nada nos da y a la que tanto le debemos.
Es un ciclo cuatrienal, como los años bisiestos, pero aquí no se cambia el calendario, aquí se modifica el humor nacional y general. Conseguimos olvidar por un momento la involución moral de Boudou o Hebe de Bonafini para seguir la evolución muscular de Gago, ver si califica o no en la lista de 23 que se transforma en algo así como los Diez Mandamientos: tanto que merece un acto público y político, de lamentable marketing partidista. Cambiamos figuritas en el álbum patrio: despegamos las repetidísimas de Capitanich y Moyano para colocar en sus lugares al yerno de Maradona, al Kun Agüero, y al eterno Mascherano; sobre la ya arrugada ‘figu’ de José Pedraza pegamos la de Ángel Di María y cambiamos dos por una (Lilita y De la Sota por el tatuado Lavezzi que empieza a resultarnos divertido).
El pronóstico de un patriota en época de Copa es arrancar goleando 4 a 0 a Bosnia y Herzegovina, clasificar invictos para Octavos y derrotar a Brasil en la Final por dos o tres a cero. Solo eso nos purifica de un día a día tan cargado de malas noticias y de aumentos que hace de la vida de Rial un entretenido reality-show y convierte a Tinelli en enviado azulgrana del Papa Francisco. Humanamente es terrible ese auto-lavaje cerebral que nos hacemos, pero argentinamente hablando es formidable, porque si no se es un poco estúpido es imposible ser feliz en esta tierra generosa, “país de buena gente y de fútbol para todos”. Por un mes hay que mudar el chip y olvidarse del cambio blue para discutir los cambios de Sabella: ¿Federico Fernández por Demichelis? ¿Basanta por Campagnaro?…
El planeta entero palpita las Copas de la FIFA como ningún otro espectáculo; ni siquiera los fantásticos y más democráticos Juegos Olímpicos consiguen desplazar a los Mundiales de su alta popularidad. Usain Bolt no supera la fama de Messi ni Michael Phelps eclipsa la de Cristiano Ronaldo. El fútbol tiene algo especial que lo corona en cualquier reino. Todas las naciones, especialmente las treinta y dos clasificadas, viven la Copa entre copas que apagan sinsabores o festejan victorias. Sí. Pero algunos más extremamente que otros. Y la Argentina, dígase sin eufemismos, los vive más locamente que nadie. Casi insanamente. O sí, enfermizamente, asumámoslo.
“¡Vamos Argentina todavía! ¡Vamos que el Papa es nuestro y Messi también: chupate esa Brasil!… ¡Somos los campeones! ¿Cómo me dijiste que se llama nuestro número tres? ¿Neandertal?”
¡Argentinos hasta la muerte!
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