Un cuento que nos representa como sociedad

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La otra madre

Compartimos un nuevo cuento del escritor Francisco Frigeri

30/09/13 12:07 | Sociales

Con una gota de sudor surcando su frente, bajo el sol de un extenuante día de verano, una mujer y un hombre desembarcaron, luego de un fatigoso viaje. Llevaban consigo unos bolsos, pequeños y viejos, y vestían con unos pobres trajes gastados. Junto con ellos, otros forasteros desembocaban en esa misma tierra, un nuevo mundo, que parecía hostil a su misma presencia. La pareja miró hacia el horizonte, y vio, bajo la confusión de la luz de una radiante luz solar, los rasgos de esa nueva tierra, de ese nuevo hogar, al que llamaban AMÉRICA.

El suelo era extraño, la tierra parecía diferente. Una lágrima rodaba por la mejilla de la mujer, y también por la del hombre; pero ninguno quería llorar: Debían dar el ejemplo a esos varios hijos a los que debían alimentar,trabajando de lo que sea. Esos mismos hijos que le preguntaban en su lengua natal, forastera, a cada rato, sobre el lugar en el que estaban, y sobre su futuro incierto. No había una respuesta cierta: Solamente sabían, desde ahora, que estaban solos, y que debían adaptarse, a nueva lengua. En sus elecciones, las pocas que poseían, no cabía la queja, o la rebeldía. Trabajar, que los dejaran integrarse, esa era su verdadera necesidad. Ante la situación de desconocimiento, uno de los hijos,comenzó a llorar, con ambas manitos sobre su estómago: flaco, famélico lloraba, porque hacía días que no comía. La última ración de alimento se la había dado uno de sus padres, que habían dejado la idea de alimentarse dignamente, desde que embarcaron para partir.

Había muchos hambrientos, entre los que llegaron a desembarcar. Esa misma noche durmieron en un albergue, desolado y frío, entre lo que parecía un basurero de galpón. Abrazados durmieron, cobijándose entre ellos, dándose calor. Los mismos que los ubicaron, repetían la palabra “Gringos”: Ellos la escuchaban, y era la única que entendían: Gracias a esto, sabían que algún americano se refería a ellos.

Al amanecer, las cosas ya no eran iguales: Al despertar, dos de los hijos notaron que varias familias habían muerto a causa de la falta de alimento y del frío. Nadie los lloraba, porque nadie los conocía: Eran forasteros, inmigrantes. Esta imagen no los afligió, no los sumió en el llanto, pero los impactó profundamente: No volverían a ser los mismos luego de eso. Ellos mismos padecían un hambre atroz, y los adultos agradecían, incluso bajo condiciones miserables, haber pasado la noche vivos, implorando, a cada minuto, por la vida de sus hijos.

Hacía más calor que el día anterior, y el cansancio agravaba más y más el andar. Las piernas les dolían, y la cabeza parecía a punto de estallar. Ante la extrema fatiga, una persona de adelante se desmayó. Una mujer. Otros inmigrantes aprovecharon esta situación, para robarle el bolso. Buscaban comida, a causa de la desesperación, nadie podría culparlos demasiado. Ellos vieron esto, pero no se turbaron: Simplemente eran cosas que nunca olvidarían, en su vida. Uno de ellos, el padre, ladeaba su cabeza de lado a lado, en un ademán negativo. Si alguien hubiera capturado, con alguna fotografía, el rostro de amargura y preocupación, de inestabilidad e inseguridad de esta familia, de esos padres que iban a la deriva, en un lugar completamente extraño, hubiera entendido el infierno que vivió cada familia, al preocuparse por no tener medios para abastecer a su descendencia.

En una larga fila, enorme, interminable, un tumulto interrumpió la tranquilidad. Algún inmigrante, alterado, había armado revuelo, agrediendo a un compañero inmigrante, y a un personal escolta del ejército. Rápidamente fue apartado de allí Al fin les tocó el turno a ellos de llegar al extremo de la cola, tras innumerables horas de espera, de infinita desesperación. Un hombre Argentino, bilingüe, porque manejaba muy bien el italiano, le preguntó al padre qué era lo que sabía hacer, y lo que estaba dispuesto a hacer para comenzar a trabajar. El intentó explicarse de la mejor manera que pudo, intentando no parecer desagradable: Gran voluntad, porque hacía días que no emitía más que lamentos, y que no se bañaba, cambiaba, y que no ingería alimento. El hombre inquisidor le pidió que le mostrase las manos, para ver su estado, para determinar si había o no trabajado antes. Se le asignó entonces una región y algunas hectáreas, para que se mudase, y comience allí a trabajar con la agricultura. En ese momento, se dispusieron a marchar, con cierto aire, ahora, de tranquilidad.

El hombre les dijo que se harían cargo de brindarles alimento justo y digno a sus hijos. El nuevo mundo apenas despuntaba, y el alba del sol extranjero recién comenzaba. Entendieron ambos, padre y madre, que no sería tan diferente después de todo: Tendrían que laburar como burros para ganarse el pan, pero, en definitiva, es lo que siempre habían hecho, con honra y con orgullo.

Francisco Frigeri

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