El lugar de los hechos

El lugar de los hechos

El hombre y la zanja

Francisco adapta la realidad local a un nuevo cuento exclusivo para notilagos

15/10/13 11:55 | Sociales

Mirando por la ventanilla de un colectivo amarillo, un hombre absorto observaba la geografía delineada de su pueblo muy querido. No acostumbraba viajar en colectivo, dado que casi nunca traspasaba las fronteras estrechas de su pueblo. Extrañaba su bicicleta, su medio de transporte, saludable y sereno. Entonces hacía calor, y el día se prestaba, espectacular, para un chapuzón refrescante.

En una orden, el colectivo frenó, y entonces descendió. Estaba llenó de perros. Una jauría parecía esperarlo exclusivamente a él. Uno por uno los saludó a todos, con una caricia, luego les hablaba. Los mismos sujetos caminantes del pueblo apenas lo miraban, porque no veían nada nuevo en esto.
Había un hombre, el gomero, que desde enfrente lo veía todo. Lo esperaba desde la mañana para darle algo que le había prometido antes de que el hombre tomara el colectivo. A la vez que trabajaba en las robustas gomas de un portentoso tractor, el gomero intentaba no dejar pasar nada de lo que pueda llegar a hacer o sucederle a este gran hombre, tan excéntrico y particular. En un parpadeo ya tenía encima prácticamente a la mitad de todos los habitantes caninos del pueblo. A todos quería atenderlos.

Pero algo sucedió...

En el momento en que intentó esquiar a uno de los perros, que se le había metido justo enfrente, el pobre hombre trastabilló, resbaló, y en vano intentó agarrarse de algo, porque se cayó de lleno en la zanja, enorme, de agua turbia. El agua estaba casi podrida, y había en ella ranas, sapos, escuerzos, iguanas, y toda forma de reptiles y seres acuáticos existentes. El hombre desapareció bajo el agua, quedándose sumergido unos instantes. Alrededor de la cuneta, un grupo importante de gente, chusma y no tan chusma, se había reunido para ver qué era lo que había sucedido porque habían escuchado el gran estrépito de la caída, que resonó como si se hubiera estrellado un tanque en el asfalto. Esperaban a que salga. Algunos conocían al hombre que había caído, y se reían, porque lo conocían a este personaje célebre al que nadie podía odiar, porque nunca había hecho mal a nadie. Pasó un rato antes de que salga a la superficie.

Al emerger de la zanja (Casi un metro de profundidad), el hombre salió, con una tranquilidad y serenidad de espíritu que provocó en algunos admiración, en otros miedo, y en unos pocos vergüenza. Porque el hombre no expresó enfado, bronca, o alteración de ningún tipo; solamente, se limitó a limpiarse un poco el barro y el fango que se había adherido a todo su cuerpo. Ahora el pobre largaba olor a podredumbre y a estiércol.

Le preguntaron, varias veces, si estaba bien, si no se había hecho mal. El respondía que no en cada ocasión con una serenidad desconcertante. Cuando la gente comenzaba a retirarse, para seguir con sus quehaceres rutinarios, sucedió algo increíble. Muchos dirán Bizarro, pero en realidad, era más bien fabuloso, como una gran historia de valentía y heroísmo. Más que digno de mención y memoria.

Sucedió que, una vez salido del zanjón, Una vez afuera, secándose y limpiándose, el hombre se dio cuenta de algo. Al mirarse el pie derecho, se dio cuenta de algo terrible: Le faltaba una chancleta. Inútilmente buscó alrededor: Nadie sabía nada. No encontró nada. La conclusión de todo esto: La dichosa chancleta se le había caído en la fosa. Entonces pasó lo increíble. Ante la mirada expectante de algunas personas, el hombre no lo pensó más. Miró su pie, después la cuneta, luego otra vez bajó la mirada al pie, luego de nuevo la chancleta. “Que se le va a hacer”, dijo, y se lanzó, en un acto de gloriosa valentía, y de actitud irreflexiva: Un impulso casi momentáneo.

Algunos dicen que estuvo horas buscando la bendita parte derecha de su calzado. Pero esta es una versión. Otras sostienen que ni bien entró, salió, enseguida. Algunos sostienen, finalmente, algo que pocos creyeron. Que el hombre de la fosa nunca salió, como si se lo hubiera tragado un abismo.
Luego esta versión fue desmentida por los hechos, porque al hombre se le vio, un par de días después, circulando por el pueblo, solo que ahora, usaba zapatillas.

Francisco Frigeri

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