Juana Cabral

Juana Cabral

Una nueva historia de Golondrinas en Lagos

Extraído de la Fan Page Golondrinas en Lagos

16/10/17 11:28 | Locales

En estos días cuando llega la mañana, suena el timbre, abre una ventana para vender caramelos. Sabía que tenía algo que mostrar, cosas de esas que conserva. Y entró a revolver el imaginario baúl del recuerdo, el de Juana Cabral. Que en el setenta y seis salió del pago hacia un lugar más lejos.

Dice que no hay que despegarse de esas cosas, porque ahí hay sentimientos. De esos bien agarraditos, abrazados bien fuertes que le hacen revivir su vida en el campo, de su casa en La Cañada. De ella a caballo. De su padre a caballo, era domador. De su madre. De su familia.

Obligados a desertar porque los campos se cerraron, asomaban estancias, las que compraban los grandes. “Nosotros vivíamos de los animales, el que no tenía mucho campo no tenía donde y como mantenerlos. Y sin animales no se vive”.

Dos de sus hermanos ya estaban viviendo acá. Los viejos estaban en la encrucijada hacia donde partir. Decidieron venir hacia Lagos para estar cerca de los hijos y ver crecer a los nietos. Fue quedando el polvo de un destino injusto para Don Juan de Dios. En el setenta y siete le tocó partir sin conocerlos.

El cascarón del huevo de avestruz no es un adorno en su repisa. Es un pequeño desliz de cuando su padre salía a las boleadas, encontrando nidos, juntando huevos. Según se escuchó decir cabe una docena de los de gallina. Las pencas forman parte del paisaje en su patio. Una vieja paila de aluminio, ollas viejas y tarros, son maceteros.

Una foto del Tata Córdoba con su camión “El Torito” en el que iban a los campeonatos de fútbol. En aquellos tiempos donde brillaba la juventud. Íntimo amigo de los bailes por aquellos lados al Guanaco, La Victoria, El cano. Era un plato verlos, se formaba el grupo, todas eran parejas de hermanos.

Un sillón bicentenario y una silla de unos cien. Nadie puede negar que tienen historia, herencia de sus abuelos, de esos que hacía Don Felipe Perafán cuando trabajaba la madera con la suela, el escoplo, el serrucho y tientos de cuero. Al sillón le puso pintura para poder mantenerlo al paso de los años. La silla pensó en tapizarla, pero ¿Dónde iba a quedar la magia? Si es bella verla así como estaba.

Como olvidaría las manos de su madre Carmen, si con la veloz hilaron colores. La última caronilla que tejió, supo ser el cuadro colgado en la pared del living de su casa, ahora cada tanto es apero, en el lomo del caballo de un querido sobrino. Las alfombritas las luce en sus sillas, costumbres del norte, hechas en bastidores más pequeños. Artesanías de su pago. Mantiene guardado un bastidor grande empolvado y humedecido, rebrotó de la tierra, de un pequeño galpón que está allá en el fondo.

Tiene una olla de hierro. En una esquina posa la plancha a carbón, la que pintó, restauró y le puso flores. Ya se fue esa época. Ya no borra arrugas, ni las marcas que fue dejando el tiempo.

Golondrinas en Lagos

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