Terminal de ómnibus Rosario
01/08/14 12:51 | Zonales
´Hola, hola, hola gente linda´. ´Buenas tardes señores pasajeros. Sólo les voy a robar unos minutos de su tiempo´. ´Tengo para ofrecerles biromes que en cualquier librería las venden a 3 pesos, hoy se las lleva a sólo 2 pesitos´. ´Muchas gracias por escucharme. Que Dios los bendiga y que tengan buen viaje´.
Quien no habrá escuchado alguna de esta frase cuando sube al colectivo. Quien no se habrá reído del chiste del payaso o cantado alguna canción de Silvio Rodríguez, Víctor Heredia o Los Piojos.
Todos estos, son pibes que buscan ganarse la vida con esta forma de trabajar. La mayoría vive en la calle. Algunos tienen casa pero utilizan esto para zafar hasta encontrar un lugar digno donde percibir un salario.
Las distintas crisis, el sistema o los núcleos de pertenencia, los fueron dejando apartados. El subir a los colectivos fue su escape para poder subsistir. Hay muchos que van y vienen, que consiguen trabajo y siguen su camino. Pero hay otros que ya son hijos de la esquina de Córdoba y Caferata.
Todos los días se juntan a partir de las 14 horas, aproximadamente, para comenzar a rebuscarse los pesos de la jornada. Dependerá, por supuesto, de las ganas, la buena predisposición del chófer y los controles.
Tienen un recorrido marcado, por decisión propia, que va desde la esquina de la Terminal hasta las calles Santiago u Oroño. Yendo por Córdoba y volviendo por Santa Fe. Varía de acuerdo a las pretensiones de cada uno, pero es un simple bosquejo de organización.
Las historias que se encuentran en la intersección de estas dos arterias son muchas. Algunos eligen este trabajo, otros ya están cansados de la calle. Pero muchos lo definen como el único lugar donde encontraron contención. Los compañeros son su familia. Se ayudan y se cuidan mutuamente.
No hay distinción de sexo ni de edad. Siempre hay alguno con más experiencia que les va indicando el camino. Los pasos a seguir. Los chóferes que alzan y los que no. Ante la vista gorda de los inspectores, estos laburantes de la calle se la rebuscan para caerle bien al conductor y que los deje subir.
Si bien esta práctica está penada económicamente para los conductores de los colectivos, ellos también le buscan la forma para poder dejar trabajar a los chicos. La calle no es el mejor lugar pero es lo que los salva. Es su cable a tierra y su lugar de pertenencia. Es donde se sienten vivos.
La esquina te lleva a conocer a mucha gente, a escuchar sus historias, que parece esperan una oportunidad para ser contadas y oídas. Es muy difícil encontrarlos porque están siempre atentos a los coches que paran, si los conocen les hacen una seña de aprobación y se trepan.
La espera vale cuando empezás a escuchar los relatos. La esperanza, la resistencia y la solidaridad se mezclan con el frío, el hambre, la injusticia y la droga. Lo bueno y lo malo es moneda corriente en las calles rosarinas (y lo segundo más que lo primero). El que vive no lo recomienda. Siempre hay una esperanza de que aparezca algo que te saque de ahí.
Conocí a Lidia, a Gisela (con sus tres hijos seguiditos), a Nacho, a Andrés junto a su dúo Maximiliano, a Daniel y a Marcelo. Seguramente algún otro que se me escapó antes de poder preguntarle el nombre.
Los músicos, Andrés y Maxi, no son del elenco estable de unos diez guitarreros que están permanentes. Van y vienen cada vez que necesitan un mango. Suben al colectivo que les da la confianza y comienzan su show. Los propios artistas consideran que muchas veces depende del chófer el tema que eligen para tocar.
´Hay chóferes y público más de folclore, otros de baladas, otros de rock; pero el rock no paga´, comentan con risas los caminantes que aseguran que están en busca de un trabajo que los encuentre sin llevarlos a la esclavización.
´Nosotros venimos, hacemos algunas horas y nos vamos. No tenemos un horario fijo, como algunos de los chicos, que vienen en determinado momento todos los días´, explican los músicos. Es una total rebeldía al sistema. No se dejan someter ni arrastrar.
Distinto es el caso de Nacho, que anda con su guitarra al hombro y vive de eso. Sube a los colectivos, hace la plata y come en el comedor a una cuadra de la Terminal. No tuve mucho diálogo, pero sus manos entumecidas de tanto tocar, lo dicen todo.
´Están los que son un poco músicos y los que se la rebuscan para ganar algo de guita´, me explica Marcelo, uno de los payasos de la parada. Pero agrega: ´hay muchos que vienen porque es la plata rápida, al toque. Tenés pibes que hacen unos pesos para comprarse drogas´.
De coche en coche se la rebuscan para subsistir en este sistema que no les da más espacio que el que tienen. Que los mantiene al margen del margen, permitiendo que trabajen, casi como una tranquilidad para que no estén en otros lados, pero sin ofrecerles un lugar digno en el cual caminar su vida, que tanto les cuesta conservar.
Una esquina con historia
Marcelo es el payaso de la Terminal. Y es literal. Todos los días se gana la vida subiendo a los colectivos y haciendo reír a la gente. ´Soy el más viejo acá. Me conocen todos, los choferes, la gente, el del kiosco´, cuenta.
Hace 21 años lo despidieron de la fábrica en la que trabajaba y tuvo que empezar a buscar alternativas. ´Le fui a pedir plata a un amigo porque tenía a mis hijas chiquitas les tenía que dar de comer. Y él me dijo: plata no te doy, veni a hacer de payaso conmigo arriba del colectivo. Al principio le dije que estaba loco, hasta que me animé y no me fui más´, cuenta Marcelo casi emocionado.
Toda una vida generando sonrisas. Pero su cara hace lo contrario cuando habla de su futuro. ´Yo ya estoy cansado. Yo perdí muchas cosas por estar acá. Si bien pude hacer mucho, porque me compre mi casa, pude mantener a mi familia durante todos estos años; pero hoy estoy separado y perdí todo eso que había logrado´.
´La calle es muy mala, tiene muchos desvíos. Me pone muy mal ver a chicos tan chicos trabajando en la calle, que duermen y todo, porque no hay nada bueno acá. Y la Terminal es donde confluye todo. Hay mucha gente, pero también hay muchas perdiciones´, cuenta Marcelo.
Casi como con nostalgia repite que le ´gustaría poder conseguir un trabajo enserio´ para poder pagarse la jubilación y poder tener algo cuando sea más grande. Pero aclara que la calle es algo que no puede dejar.
REVISTA 30 DÍAS - ESTEFANIA GIMENEZ